A la redacción de REALIDAD 24, nos llegó estas palabras del Dr. Lisandro Bonelli para compartir con nuestros lectores. Comencé a interesarme y preocuparme por las cuestiones de mi país desde muy chico. Recuerdo largas charlas con mi viejo hasta entrada la madrugada en su escritorio, discutiendo y debatiendo sobre los problemas que aquejaban a la República Argentina. Eran tiempos del gobierno del Presidente Raúl Alfonsín, quien con gran honestidad intelectual enfrentó los contratiempos que por entonces le planteaba la coyuntura institucional argentina.
Después llegó la década del noventa con todo lo que ello significó. Además de la pérdida de valores éticos y morales que trajo como consecuencia ese modelo neoliberal, para todos aquellos que creímos en una nueva época de prosperidad para nuestro país, esa década representó una gran decepción y una profunda frustración. En lo personal y creo que también en lo colectivo, el final de esa década y el principio de la siguiente terminó de socavar cualquier vestigio de esperanza en ver un país transitando senderos de prosperidad y crecimiento.
Por aquellas épocas soñaba con un país liderado por dirigentes capaces de volver a enarbolar banderas de soberanía política, y de generar el resurgimiento de la figura presidencial, sumamente bastardeada por entonces. Un país en el que se privilegiaran los intereses nacionales por encima de las prebendas y los privilegios sectoriales. Había perdido las esperanzas y ese país soñado se iba configurando de a poco en una especie de amor platónico.
Por aquel entonces irrumpe en la escena política nacional un hombre del sur. De andar desgarbado, un tanto desprolijo en su vestimenta, con un hablar que le ocasionaba burlas e imitaciones. Muy pocos, me incluyo, creíamos que ese hombre podía cambiar la realidad de nuestro país. Asume la presidencia después de un fallido ballotage con el ex presidente Carlos Menem y nos sorprende a todos en su discurso de asunción al sostener que venía a gobernar una Argentina para todos y que no estaba dispuesto a dejar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada. Así fue. Renovó una Corte Suprema absolutamente deslegitimada y funcional a los anteriores gobiernos de turno, poniendo en funciones a jueces de enorme trayectoria académica e independientes a cualquier expresión partidaria. Reestructuró exitosamente la deuda pública externa, sextuplicó la inversión en educación, redujo la pobreza a un tercio de la existente y, bajo su mando, el país alcanzó tasas de crecimiento en nuestra economía que impactaron socialmente, generando prosperidad y mejor calidad de vida para todos los argentinos, sin exclusión de nadie, y con la inclusión de vastos sectores de nuestra población que estaban postergados.
El camino para salir de aquella crisis no fue fácil. Y consolidar la transformación sigue siendo una lucha diaria. Continuar enumerando los éxitos y aciertos de la gestión de Néstor Kirchner terminaría siendo redundante. En lo personal, el más importante de todos esos logros, el que resume para mí todas esas conquistas, es que se fue haciendo realidad la recuperación de la soberanía política, traducida en la capacidad de un gobierno constitucionalmente electo para comenzar a tomar decisiones sin dejarse extorsionar ni amedrentar por ningún poder foráneo, esos que históricamente nunca tuvieron nada que ver con los intereses populares de nuestro país. En definitiva, con Néstor Kirchner en la Presidencia de la Nación, empezó a ser realidad aquel amor por entonces platónico.
Un enamoramiento con la realidad política que, a semejanza de una relación afectiva, tuvo sus idas y vueltas, pero que fue creciendo con el correr de los años.
Hoy, 10 años después, siento que en algún punto ese amor se volvió rutinario, con algunos signos de desgaste en la relación. Una rutina en la cual la economía interrumpió su crecimiento, la indigencia y la pobreza detuvieron su descenso, los indicadores educativos no muestran demasiados signos de mejora, y se presentan algunos síntomas más que no entusiasman.
Ese amor que alguna vez fue platónico y luego se hizo realidad, hoy necesita un estímulo para volver a su razón de ser: esa Argentina soñada. Pensar en nuevos dirigentes que revitalicen lo mejor de la década quizás sea el camino. Particularmente, yo me quiero volver a enamorar.
Dr. Lisandro E. Bonelli
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