Veinte años atrás era impensado. Tatuarse estaba mal visto o al menos era considerado una actividad de maleantes o gente de mal vivir.
“Con los tatuajes pasa lo mismo que con las operaciones estéticas: viene alguien a tatuarse el brazo y después saca turno para tatuarse el otro. Y al tiempo me llama para la espalda, y las piernas, y ya no para hasta tener todo el cuerpo tatuado”, dice el encargado de dibujarle la piel a una de las máximas estrellas de la pantalla chica.
“Hoy tengo en proceso cinco cuerpos enteros que me van a llevar años de trabajo”, agrega.
Para siempre, para dejar firmado eso que queremos que dure para toda la vida se somete la gente a sesiones que pueden durar largas sesiones, durante varios días. Pero también, aseguran, es una forma de pertenecer, de reforzar una identidad.
“Es una forma de lenguaje, un deseo de ser identificado, de ser individualizado en una sociedad paradojalmente anonimizada”, le cuenta a La Nación Juan Eduardo Tessone, psicoanalista que dedicó su especialidad a analizar a los tatuados.
El público ya no es el mismo. Hoy no son solo rockeros los que arriesgan la piel. Personas de todas las edades, menores con el consentimiento de sus padres, adultos mayores, gente de todos los estilos se juegan por un diseño para llevarlo consigo durante el resto de sus vidas.
Pero además, los dibujos son cada vez más grandes. “Hace ya un tiempo notamos que la gente arranca con cosas grandes, piezas enteras que ocupan una manga o toda la espalda -dice Fernando Colombo, dueño de Facetattoo-. Cuando yo empecé, la gente se hacía algo chiquito y tal vez después seguía con piezas más grandes. Pero a mí me gusta que vengan y se la jueguen de entrada. Por supuesto, les pregunto si están seguros, sobre todo a los que no se han tatuado nunca, nada. Pero si no tienen dudas y lo que quieren hacerse tiene un criterio artístico, lo hago”.
Para los tatuadores, el verano es el momento que más atrae a la clientela. Pero, aclaran, los más experimentados dan trabajo todo el año. “Es temporada alta para el tatuaje comercial -dice Coretta-. Yo arranco el año en marzo porque para empezar una pieza grande está bueno hacerlo a principio de año. Una espalda lleva ocho sesiones, un brazo seis… Es un año de trabajo a una sesión por mes. Ahora estoy terminando lo que empecé en marzo. Por eso tengo un año de espera. Mi público no se tatúa pensando en exhibirlo en la playa. Lo hacen para ellos”.
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