LA COLUMNA DEL SEÑOR CORINTIO “Experiencia Facebook”

Hoy en día tener una cuenta en Facebook es algo tan común como llevar encima un celular, aunque conozco algún que otro raro bicho que jamás se ha abonado a red social alguna (ni siquiera por curiosidad) y hasta me he cruzado con un par de ermitaños que conocen  la existencia de los celulares solo por haber hojeado un catálogo de Garbarino en alguna que otra ocasión.

Para que el rollo tenga sentido, debemos habilitar una cuenta ingresando algunos datos personales básicos: nombre, apellido, correo electrónico, sexo (procure no poner de vez en cuando) y una contraseña. Una vez dados de alta, debemos dar inicio a la elaboración de una red de contactos (amigos, según Facebook) que puede estar conformada, además, por: parientes, colegas, ex compañeros de la secundaria, novias abandonadas, viejas parejas de truco, el remisero de la otra cuadra,  la vecinita de enfrente, etc.

Si usted tiene las mismas necesidades que el cantante Roberto Carlos, lamento informarle que en Facebook jamás va a poder tener un millón de amigos por la sencilla razón de que la red no lo permite, estableciendo un tope por muchísimo menos que esa cantidad.

Cada vez que usted desee agregar un nuevo amigo a su red deberá pedirle a esa persona la  autorización correspondiente, es decir, la otra parte deberá aceptar su solicitud, caso contrario dicha solicitud será olímpicamente ignorada y usted se quedará con las ganas de, por ejemplo, ver en que anda su ex pareja.

Lo bueno de Facebook es que usted, de  un pantallazo (o monitorazo, como quiera llamarle) puede obtener información actualizada de todas aquellas personas que hace rato que no frecuenta: enterarse, por ejemplo, de que una de sus primas (la que iba a un colegio de monjas) hoy es una famosa actriz porno que vive en una lujosa mansión en Los Angeles. O que en algún rincón del mundo existe alguien que se llama exactamente igual que usted (¡con el mismo nombre y apellido!) la única diferencia es que esa otra persona lleva una vida mucho más interesante que la suya .

Lo malo de Facebook es que todo el mundo cree que tiene algo interesante para decir o compartir: pero la culpa no la tiene el porcino, dicen, sino aquel que lo alimenta y, en este caso, usted es el único responsable por haber incluido en su red de contactos al insoportable de su cuñado que se la pasa posteando fotos de su equipo de futbol favorito o a la veterana de su tía que publica toneladas de gigabytes de frases trilladas extraidas de los más inverosímiles manuales de autoayuda, todo esto –además- decorado con fotos de flores, angelitos y gaviotas .

Lo bueno de Facebook es que usted tiene la opción de filtrar las publicaciones y no permitir, por ejemplo, que su hermana invada su pantalla con imágenes de chongos posando en calzoncillos.

Lo malo de Facebook es que muchos usuarios lo utilizan de diario íntimo (si es que ese término aun se puede aplicar en la era de la web 2.0).  Es así que nos enteramos de que Paula fue al masajista porque la tienen mal sus cervicales,  que Antonio está aburrido, que Patricia  se peleó con su novio y Humberto anunciando  algo tan trascendental como: “Hasta luego, queridos amigos, tengo que sacar a pasear al perro”.

Facebook, además, se ha transformado en una vidriera universal y globalizada donde, a través de fotos y videos, todo se puede exhibir: el lugar que visitamos en estas vacaciones, el auto que nos compramos, la cabaña que alquilamos, el lugar donde trabajamos, el inodoro en el que defecamos; todo esto para que aquellos que forman parte de nuestra red nos feliciten, nos digan cosas lindas, nos halaguen, (¿nos envidien?), nos masajeen un poco el ego haciendo algún cometario al pie o nos levanten el pulgarcito en señal de que les gusta lo que ven, aunque aún no haya podido entender el significado de la opción “Ya no me gusta”, créanme…

Las redes sociales (y Facebook no es la excepción) resultan ser adictivas en aquellas personas que –por lo general- tienen mucho tiempo libre por delante o, en su defecto, un laburo con conexión Wi-Fi en el que no hay mucho para hacer.  Se debe evitar dicha adicción ya que nos puede llevar al punto de no reconocer los límites entre lo virtual y el entorno social en el que nos movemos a diario (el mundo real, digamos). Ya se están manifestando algunos casos verdaderamente patológicos como, por ejemplo, el de una estudiante de psicología que, cada vez que le preguntaban que estaba pensando, en lugar de responder verbalmente  lo hacía escribiendo en su muro.

Espero que hayan disfrutado de esta apasionante monografía, si no les gustó tengo otras.

 

HASTA LA PROXIMA

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